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"Debo de hacer que Rock se enfade conmigo, y mucho", pensó Terry. "¡No! Tengo que hacer que se vuelva mi rival".
Terry salió de su habitación (la número 13), cruzó un pasillo cuya pared tenía agujeros de bala y bajó unas cochambrosas escaleras en dirección a la recepció de La Cucaracha. "Hasta luego Martín, voy a buscarme un enemigo". Martín, el regente mexicano, se encogió de hombros. "Que tenga suerte güerito" le dijo a Terry. "Estos gringos son requeteraros", pensó.
Con la bendición de Martín, Terry se dirigió a la casa de Rock. Rock era un pijo, o lo más parecido a un pijo que pudiera haber en la ruinosa South Town. Tenía una casa-remolque aparcada cerca de un parque y Rock disfrutaba de cada mañana salir a dar un paseo, oler las florecillas y suspirar, comprobar los graffittis nuevos y ver cómo a los niños les robaban el dinero los gamberros.
A esas horas Rock disfrutaba de ver El Hombre Abeja en el Canal 8. Rock estaba sentado en su sofá favorito, sonriendo sin parpadear mientras comía un bollito de chocolate. Rock estaba grabando el episodio con su viejo aparato de vídeo.
"El yoyo es graaaande" decía el Hombre Abeja cuando alguien tocó la puerta. Rock no esperaba la visita de nadie. Rock repasó mentalmente: "No espero a Terry, ni a Andy, ni a Rock... ¡Pero qué tonto soy, Rock soy yo!" Se rió y se levantó para abrir.
En cuanto Rock abrió, recibió un empujón de Terry que lo envió contra un rincón. Terry entró hecho una furia. Se puso a dar vueltas en círculo sin reparar siquiera en Rock. Buscaba alguna excusa para pegar al chico.
Terry llegó hasta una mesilla plegable donde Rock comía, hacía crucigramas y escribía cartas platónicas a Playboy contando lo mucho que le gustaría poder desear amar a las modelos. Sobre la mesa Terry encontró restos de pizza mojada con pepsi (uno de los hábitos alimenticios de Rock era mojas la pizza con pepsi), papeles y crucigramas a medias y una cinta con el título de "Potros de prisión" y dos hombres haciendo cosas que en Somalia les hubieran supuesto la lapidación y en Egipto la cárcel pero que el resto del mundo es totalmente legal y tal.
"¡¿Qué corchos hace aquí esta peli de Andy?!" gritó Terry. De un manotazo mandó la cinta a volar y ésta chocó contra la pared del remolque. Rock estaba temblando en un rincón. Terry se acercó, imponente.
"Ahora con ustedes Pepito, el gato más grande del mundo entero" dijo la televisión.
"Terry, yo no quería..." Rock intentó disculparse sin saber por qué, entre sollozos.
Los instantes siguientes fueron para Rock una sucesión de golpes y patadas sin orden y constantes parpadeos.
"¡¿Qué?!" rugió el lobo solitario. Estaba harto de la incompetencia de su pupilo. "Parece que no se da cuenta de mi plan para convertirlo en mi enemigo como fue antes su padre y todo eso", pensó Terry, comprobando que su plan no daba resultado, "todo por culpa de Rock", pensó.
Hizo lo intolerable. Se quitó la gorra apestosa y se la colocó contra la cara a Rock, que empezó a toser con una tos nerviosa. Terry se la quitó de la cara, no fuera a matarlo de asfixia, y esperó la reacción.
"¡¡Terry te odio!!" chilló Rock. Recuperó rápidamente el aliento. "Te odio, ya entiendo por qué mi padre te odiaba a ti, a Andy y a tu padre y mi abuelo al tuyo, y nuestros bisabuelos se odiaban y así hasta los tiempos de los colonos americanos del Mayflower..."
Las palizas eran cosa habitual, pero eso, lo de la gorra, eso había sido demasiado.
Rock se puso de pie, apretó los puños, miró a Terry que se reía desafiante. Rock no pudo, no se atrevió, y salió corriendo del remolque. Corrió, corrió. Corrió como Forrest. Corrió como el viento, Perdigón. Corrió como un africano al que persigue un león. Atravesó el parque corriendo y llegó hasta un rincón perdido donde un graffitti ponía "TONTO EL QUE LO LEA".
Se echó en esa esquina donde meaban los borrachos de South Town.
Se dio cuenta de lo que había pasado en el remolque.
Y se puso a llorar...
"Esto no se quedará así, Terry Bogard, tarde o temprano, tendré mi venganza..."
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